A través de los interrogantes que
conforman la noticia periodística: quién (who), qué (what), dónde (where),
cuándo (when) y por qué (why), se repasan de forma descriptiva la identidad,
las razones y las condiciones de lectura de los adolescentes actuales, además
de apuntarse posibles actuaciones en el aula.
¿Quién es el lector juvenil? El lector que se sitúa entre el niño y el adulto no tiene un
término propio. Tampoco hay unos límites de edad claramente fijados. Estas son
incógnitas que cada país y cada momento histórico ha resuelto de formas
diversas y, en muchos casos, en estrecha relación con los condicionantes
sociológicos y políticos que configuran una sociedad determinada. Tal vez la
cuestión más relevante sea que el lector juvenil no existe porque, al llegar a
la adolescencia, los jóvenes dejan de leer. Entre los desertores suele haber
más chicos que chicas. Así, entre los que se mantienen en las filas de la
literatura, los gustos lectores se diversifican: Hay una lectura de chicas y
otra lectura de chicos.
¿Qué lee? Pues
muchas cosas. Si está escolarizado, sus profesores le obligarán a leer algunos
clásicos, ya sea de la literatura nacional correspondiente o de la universal, o
tal vez de la literatura juvenil. Mal que bien con métodos más o menos
sugerentes, los sufridos profesores intentarán acercar estos clásicos por medio
de la lectura en voz alta, la asistencia a una obra de teatro o la proyección
de una película. Y, claro está, por medio de fragmentos extraídos de los libros
de texto, de las adaptaciones o incluso de transgenerizaciones. En segundo
lugar, los adolescentes tienen a su alcance la literatura juvenil que autores, editores
y mediadores han creado y puesto a su disposición. Es lo que algunos llaman
literatura juvenil homologada. Los temas pueden ser variados. En tercer lugar,
el adolescente descubre un universo de lecturas que le llaman directamente y
que parecen estarle destinadas o pensadas para que las elija: Esto se refiere a
una literatura que escapa del control de los adultos y que conforma una cultura
juvenil generalmente no homologada: Cómics, novelas gráficas, best sellers,
revistas, un material impreso que puede conectar, muchas veces, con el material
no impreso que llena sus horas y sus ocios, es decir, el de la música y las
pantallas. La cuarta y última fuente de lectura de los adolescentes, en la que
parece que se diluye de forma definitiva el verbo leer, es el mundo de su
ordenador, Smartphone o iPad. A través de él, escucha poesía a través de las
canciones de sus grupos o cantantes favoritos, mira narrativa, lee y escribe,
constantemente, a través de Facebook, blogs y otras formas de
intercomunicación.
¿Dónde lo lee? La pantalla se convierte en el soporte básico en el que el adolescente
actual consume más horas. El libro, por regla general, se le antoja un elemento
relacionado con la escuela, la obligación y el tedio; mientras que la pantalla
es para él o ella una puerta que le conduce a la información y a la
comunicación, de la imagen a la palabra, de la música al contacto. El libro es
lineal y cerrado; la pantalla, fractal y abierta. Sin embargo, sigue habiendo
libros en su vida. Los dos lugares fundamentales donde los encuentra son el
aula y la biblioteca. El aula es el lugar donde el adolescente aprende a leer
en profundidad. La biblioteca es el lugar donde aprende a leer en extensión. La
literatura de su elección: Sus cómics, su Facebook y/o sus canciones están al
alcance de su mano en su ordenador, entre sus amigos, en sus tiendas
especializadas, en sus bares y en sus discos. Ahí es donde el adolescente
aprende a forjarse sus referencias y a modelar sus gustos.
¿Cuándo lo lee? Los adolescentes
actuales, nativos de la era digital, están acostumbrados a la lectura digital;
han roto, en cierta manera, con los criterios de unidad y linealidad que supone
el texto publicado en papel. Les cuesta la lectura lenta. En cambio, se adaptan
mejor que los adultos a la simultaneidad y a la fractalidad que suponen las
lecturas en pantalla. Al mismo tiempo, los jóvenes crecen en un mundo
globalizado, donde la multiculturalidad es una constante. Sus compañeros de
clase pertenecen a ámbitos lingüísticos muy diversos, y el acceso a la cultura
mundial de forma instantánea diluye fronteras.
¿Por qué lo leen? En el caso de los clásicos, es evidente que (salvo excepciones) los leen
por obligación. No tienen más remedio que leerlos si quieren aprobar la
asignatura. En el caso de los libros de literatura juvenil, podrá actuar más la
curiosidad, la recomendación de un compañero o la insistencia de un profesor.
Si el centro educativo lleva a cabo un buen plan lector, las lecturas pueden
integrarse en actividades diversas; y el alumno, sentirse más motivado para
leerlas. La literatura de su gusto la eligen porque quieren. Porque les gusta y
porque se sitúa en un lugar en el que nadie los obliga, les recomienda ni los
motiva: Es él o sus amigos quien elige su trayectoria lectora y quien descubre
sus referentes. Es muy probable que no toda esta literatura la elija
precisamente para leer, sino para escucharla en su iPhone o en sus auriculares.
O para verla en películas. O para entrar en sus blogs predilectos e interactuar
con ella.
En suma, lo que se debe proponer es
crear un nexo de unión entre los textos de la elección de los jóvenes y la
literatura de calidad. Partir de un tema, una forma o un género en el que
puedan convivir dos textos de diferente alcance cultural y de distinta calidad,
pero que utilizan los mismos recursos retóricos, los mismos mimbres de género,
el mismo tema. Contrastando, analizando y comparando, creando itinerarios de
lectura propios, los jóvenes pueden comprobar hasta qué punto existen
diferencias y similitudes, lo que separa la creación y la densidad de un texto
de la banalidad y la repetición. Pero, por encima de todo, se da al adolescente
la oportunidad única e irrenunciable de entrar por su propio pie en el mundo de
la gran literatura.
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